La lectura es una de las primeras actividades que realizara el hombre. La única que brinda la posibilidad de conocer otros tiempos, lugares y personas sin siquiera moverse y a su vez permite echar a volar la imaginación sin poner cotas; actividad que se convirtió en la gran pasión del hombre y que penosa mente en la actualidad se encuentra considerablemente desplazada en el sistema jerárquico de las actividades cotidianas de la sociedad, aún cuando se puede practicar de forma libre y espontánea. Sin embargo, la libertad de la que goza hoy en día la práctica de la lectura ha sido el resultado de una lucha legendaria de los defensores del libro, pues lo que ha existido a lo largo de la historia es más bien toda una campaña de persecución de la lectura. Una campaña sistemática para no dejar leer.
No hay que olvidar que, durante mucho tiempo, la lectura fue un privilegio reservado para una minoría. Había pocos libros y su circulación era muy limitada. Por otra parte, la lectura estaba administrada y controlada por una eficiente maquinaria de informantes, espías e inquisidores, que tenían como única misión perseguir libros prohibidos por la Iglesia o por el Estado y castigar con la prisión o la pena de muerte a los editores que los publicaban o a los que fueran encontrados leyéndolos.
Ejemplos de esto, como describe Peña Borrero (2004) fueron los invasores turcos y romanos que destruyeron la Biblioteca de Alejandría y con ella se perdieron los setecientos mil volúmenes que contenían casi toda la información existente sobre la Grecia antigua. La Inquisición ordenó quemar La Divina Comedia, las traducciones de la Biblia al español y muchos otros libros preciosos, por el sólo hecho de estar escritos por autores judíos. Otras obras capitales de la cultura occidental, como las Meditaciones Metafísicas de Descartes, Don Quijote de la Mancha o el Emilio de Rousseau, estuvieron prohibidas muchas veces por las autoridades eclesiásticas o civiles.
Sin embargo, a pesar del precio que suponía leer en aquellos momentos, los fieles e intransigentes seguidores de los libros (tanto escritores como lectores) no se dejaron someter; incesantes en su cometido lograron cada vez una mayor emancipación del libro ya que las descripciones iconográficas muestran a través de la historia las disímiles situaciones de la lectura.
A lo largo de la historia "se puede observar al lector solo con su libro o mientras lee ante un auditorio que lo escucha; al maestro en plena lectura en la escuela, al orador que declama su discurso con el escrito ante sus ojos, el viajero leyendo en el tren, el comensal tumbado leyendo un rollo que tiene entre la manos y a la adolescente leyendo atentamente de pie o sentada en una galería. De fuentes literarias se sabe que se leía también cuando se iba de caza, mientras se esperaba que la pieza cayera en la red o durante la noche para vencer el tedio del insomnio".
En los siglos XVIII y XIX, para muchas personas, el único contacto con el arte, o el único pasatiempo, era la lectura de romances; leer y escribir se convirtió en la piedra de toque de la participación en el mundo de la cultura, en la herramienta indispensable del hombre moderno, por lo menos, inicialmente, del que formaba parte de las élites que orientaban y dirigían a la sociedad.
La lectura constituye una de las actividades más difíciles y encantadoras que conoce la humanidad. Se comparte la idea de Henríquez (1975) cuando expresó:"Saber leer es interpretar la palabra, aprisionar esa entidad alada de que habla Homero. Cuando cultivamos la palabra, estamos formando más que el saber, el ser; porque la palabra no es cosa que venga del exterior, sino algo que brota de la raíz humana y cuyo desarrollo corresponde a un crecimiento interno. Por el cultivo de la palabra se crean en el individuo condiciones para comprender y expresar cuanto alcance su mente, aptitudes para vaciar todo saber que adquiera en el molde del lenguaje, forma universal de comunicación de las ideas.La lectura es la llave que posee el hombre para abrir las puertas del mundo de la cultura universal.". Y es que la lectura enriquece el ser de los hombres, su mundo espiritual, contribuye a la formación de valores.
Leer tiene que ver con actividades tan variadas como la dificultad de un niño pequeño con una frase sencilla en un libro de cuentos, un cocinero que sigue las normas de un libro de cocina, o un estudiante que se esfuerza en comprender los significados de un poema. Leer proporciona a las personas la sabiduría acumulada por la civilización. Los lectores aportan al texto sus experiencias, habilidades e intereses; el texto, a su vez, les permite aumentar las experiencias y conocimientos y encontrar nuevos intereses. Es la vía esencial para adquirir todo tipo de conocimientos. Por tanto, sienta las bases de la plenitud espiritual, siempre y cuando se realice de una manera gratificante para uno mismo, sin más obligación que la necesidad de vivir más allá de la realidad que existe bajo nuestros pies.
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